.flickr-photo { border: solid 2px #000000; } .flickr-yourcomment { font-size: 1.2em;} .flickr-frame { text-align: justify; padding: 3px; } .flickr-caption { font-size: 0.8em; margin-top: 0px; }

miércoles, 11 de febrero de 2009

Articulo sobre los hijos de los condenados a muerte en China...

El otro dia, lei un articulo bastante interesante en el suplemento semanal del Heraldo de Aragon. Se nota que esta escrito por una persona que no tiene mucho conocimiento de China pero al menos, le pone, con mayor o menor torpeza, su voluntad. En cualquier caso, toca, para defenderlo, un tema muy importante, como es los niños y su futuro, y por extension, el derecho a la vida, los derechos humanos, la vileza de hospitales, de organismos publicos, y de hasta... quien sabe que esfera del gobierno...
 
Como digo, sin pensar que sea una biblia de la situacion China, creo que es un interesante "ensayo" en cualquier caso para... introducir a aquellos que ni siquiera conocen estas cosas...
 
Dice asi:
 
"VÍCTIMAS COLATERALES DE LA PENA DE MUERTE
 
En China, los hijos de los condenados a muerte sufren su propio castigo: la vergüenza y el exilio. Los más afortunados acaban en una institución. Los demás son discriminados y, a veces, asesinados. Así es la vida de los `niños marcados´.
 
Algunos condenados son conducidos hasta una fosa abierta. allí, el guardia apunta su fusil a la nuca del prisionero, mientras le pidE que abra la boca para que el proyectil pueda salir. Otros son arrastrados hasta una ambulancia y liquidados con un cóctel de tiopental sódico, que provoca inconsciencia; bromuro de pancuronio, que bloquea la respiración, y cloruro de potasio, que detiene el corazón.» Gou Gian Hou nos explica cómo funciona la pena de muerte en su país, mientras apoya un trozo de papel manchado en un viejo banco del orfanato situado en China central y lo estira con sus arrugadas y temblorosas manos. En grandes caracteres chinos está escrito «Hsiao mieh», que significa 'eliminado'. Lo que nos está mostrando es la notificación de muerte de un condenado. Hou, el anciano director de la institución, acaricia la tupida cabellera de Zhaing Sai, que tiene seis años. A su espalda se oye el eco de las risas de otros cuatro huérfanos, que se columpian alegremente en una estructura oxidada. «El certificado pertenece a este niño. El nombre que aparece en el documento es el de su madre. Es todo lo que le queda de ella y él ni siquiera sabe leer. Aquí hay otros 40 niños en sus mismas condiciones, con sus padres ya fallecidos o a punto de morir. En toda China son decenas de miles, en su mayor parte condenados a su suerte y a cuidar de sí mismos a tan corta edad.»


Una investigación efectuada en esta zona de China central ha sacado a la luz una trágica consecuencia del rechazo de Pekín a eliminar la pena de muerte: niños que se quedan solos a causa de la ejecución de la madre, del padre o de ambos progenitores.


Sentado en el sucio patio del orfanato de Dhong Zou, a cien kilómetros de la floreciente Xián, Xieguntao, de seis años, mete sus dedos en la polvorienta tierra gris, como si quisiera sepultarlos. Inquieto, con la cabeza llena de piojos, permanece en cuclillas, balanceándose hacia delante y detrás. Gou Gian Hou cuenta que su padre fue ajusticiado en la provincia de Shaanxi por un hurto menor. La madre desapareció poco después. «El padre fue arrestado mientras talaba árboles en el terreno de un rico hombre de negocios. Fue ajusticiado en enero. El niño tan sólo tenía tres años», explica Hou. «En las zonas aisladas, los pequeños a menudo tienen que cuidarse solos. Hace unos años encontramos uno de ocho años que cocinaba y se ocupaba de la casa desde que se llevaron a su madre y la mataron. En la China rural, los hijos de las personas condenadas son ignorados. Algunos mueren, otros se trasladan de ciudad y acaban por ser víctimas de abusos o de la explotación laboral infantil. Los que acaban en los orfanatos son afortunados. Se ayudan unos a otros: hablan, lloran, ríen. Juntos son más fuertes.» Xieguntao lleva una camiseta amarilla, llena de manchas. Se anima sólo cuando le ofrecemos caramelos. Hou sostiene que el terrible estigma del crimen del padre nunca abandonará al niño. «Dentro de unos años tendrá que abandonar el orfanato y le resultará muy duro liberarse de la mancha que lo oprime. Los hijos de las personas ajusticiadas no consiguen encontrar un buen trabajo o llegar a la universidad. En China es imposible huir de tu propio pasado, aunque seas un niño y, por tanto, no tengas pasado.»


Cuando viajas por China, uno se da cuenta de que los orfanatos tradicionales están abarrotados y a punto de reventar. Son decenas de miles los pequeños a los que se abandona cada año, quizá 100.000, o incluso más. Los centros están repletos de jóvenes afectados de palatosquisis (paladar fracturado), deformes o incluso ciegos y sordos. Después están los sanos, sobre todo hijas de madres adolescentes o de padres que no han respetado la severa imposición del hijo único. Pero las decenas de miles de niños chinos hijos de padres condenados por haber cometido algún delito están obligados a afrontar el peor de los destinos: la vergüenza pública y el exilio. A día de hoy no se conoce el número de «huérfanos de las prisiones». Cada año, en China, se encarcela a alrededor de 400.000 personas, de ellas el 70 por ciento están casadas y tienen, al menos, un hijo.


China mantiene la pena de muerte para 68 clases de crímenes, entre ellos el homicidio, el tráfico de drogas, la violación, el hurto habitual, la sustracción o la compraventa de tesoros nacionales o reliquias culturales, el comercio de facturas y justificantes fiscales, la publicación de material pornográfico, la explotación de la prostitución, la distribución de dinero falso, la corrupción, la especulación, el enriquecimiento indebido… Según una reciente clasificación de las naciones 'carniceras' más activas, el año pasado China ha aplicado la pena de muerte 470 veces. Pero algunos activistas sostienen que la cifra real alcanza los 10.000.


Hou Yu Hang tiene 13 años y balancea los pies desde lo alto de una litera oxidada en la habitación que comparte con otros seis huérfanos de las ejecuciones de Dhong Zou. En la mano aprieta una foto de la madre, que está a punto de morir. «Espero que venga a recogerme para llevarme a casa», dice. Tras él, una voluntaria del orfanato baja la mirada y se seca una lágrima. «Mi madre ha sido arrestada por vender tarjetas SIM falsas: es inocente y se darán cuenta. En los últimos tres años he ido a verla a la cárcel dos veces. Echo de menos las caricias que me hacía en las orejas y sus canciones.»
 
Según Gou Gian Hou, la madre de la niña podría ser ajusticiada cualquier día. «Es normal que los parientes de los condenados no sean avisados de la ejecución», aclara. «No se les concede una última visita. Cuando se presentan en la prisión, ya ha terminado todo. Nos tememos que será así también en el caso de Hang.»


Xián, la ciudad más antigua de China, marca el punto de partida de la antigua Ruta de la Seda sobre un recorrido que transcurre a lo largo de 5.000 kilómetros al oeste de Kashgar, a 400 kilómetros de la frontera con Pakistán. A través de esta vía llegaron caballos, oro, marfil, piedras preciosas y vidrio desde Europa, Persia y Arabia. Los chinos comerciaban en hierro, bronce, jade, cerámica y seda. Hoy, Xián es una ciudad en expansión con 7,5 millones de habitantes. Durante los últimos 12 meses, también hasta aquí han llegado las camionetas modificadas, blancas y azules, de la Policía, conocidas como 'furgones de la muerte': unidades móviles de ejecución introducidas en China para distraer la atención sobre los brutales pelotones de ejecución a los que normalmente se enfrentan los prisioneros. Al contrario que en Estados Unidos y Singapur, las únicas otras naciones donde la pena capital se ejecuta mediante inyección letal, ahora China utiliza los minibuses preparados para moverse de ciudad en ciudad. La cantidad exacta de furgones de la muerte es un secreto de Estado, pero tan sólo la provincia de Xián cuenta con una docena.


La silenciosa y gradual difusión de las cámaras de ejecución móviles hace temer a los activistas por los derechos humanos y a los opositores a la pena de muerte que China se lance al uso de la inyección letal para 'recoger' los órganos de los ajusticiados y proveer el creciente mercado nacional de trasplantes. Los creadores de los furgones de la muerte sostienen que los vehículos y las inyecciones son una alternativa civil al pelotón de fusilamiento y que permiten al condenado morir más rápidamente. «La mayor parte de las ejecuciones se produce aún mediante fusilamientos», sostiene Liu Renten, investigador de la Academia china de Ciencias Sociales de Pekín. «Pero el recurso a la inyección representa en la actualidad quizá un 40 por ciento de las ejecuciones.»
Quienes critican a China están convencidos de que la inyección letal permite optimizar el comercio de órganos de los prisioneros ajusticiados. Hace ya 20 años que las autoridades carcelarias chinas alimentan este tráfico. Gracias a las inyecciones letales y a una ambulancia quirúrgica, los órganos pueden ser extraídos de forma más rápida y eficaz. Sharon Horn, directora ejecutiva de Human Rights en China, afirma: «Se agiliza el mercado negro, sobre todo porque a los supervisores independientes, como la Cruz Roja, se les prohíbe el acceso a las prisiones y los campos de trabajo».


Un médico chino que ha pedido asilo político en Estados Unidos afirma haber tomado parte en la extracción de córneas y de la piel de más de cien ajusticiados, incluido uno que aún no había muerto. En una declaración escrita dirigida al Congreso norteamericano, Wang Guoqi, especialista en quemaduras, ha afirmado haber visto a otros médicos extraer órganos vitales de los prisioneros ajusticiados, órganos que su hospital, el Tientsin Paramilitary Police General Brigade, vendía con pingües beneficios. Wang añade que los funcionarios de seguridad que informaban al hospital de las ejecuciones recibían 37 dólares por cadáver y que los riñones se vendían a personas pudientes por más de 15.000 dólares cada uno. En muchos casos, continúa, los prisioneros eran fusilados y cargados en la ambulancia, donde se procedía a sacar los riñones dentro de los dos minutos posteriores a la muerte. Después, él y otros médicos quitaban la piel de los brazos, de las piernas, del tórax y de la espalda de cada cadáver. La piel se conservaba para futuros usos en víctimas de quemaduras.


En China, un trasplante de riñones cuesta alrededor de 7.200 dólares, pero este precio puede alcanzar los 20.000 o incluso los 50.000 dólares si se está dispuesto a pagar por acortar los tiempos. Cifras en cualquier caso modestas respecto a lo que se paga en los países ricos. El negocio que mueve la llegada de pacientes a la espera de un trasplante desde Malasia, Japón, Hong Kong y Singapur inyecta miles de dólares en el escasamente financiado sistema sanitario chino.


Simulando un saludo militar frente a un póster de Mao Zedong, los niños del orfanato ríen y gritan. Entre ellos, Hou Yu Li, de 13 años, que lleva siete en el centro, desde que su madre, maestra, fuera ejecutada por un robo del que él asegura era inocente. Su padre los había abandonado años antes. Hou es el comediante del orfanato. «Hago reír a los otros chicos. Me hace sentirme bien.» Nos cuenta que quiere ser actor. «Iré a Pekín y actuaré. Voy a ser el primer hijo de una mujer ejecutada que sea famoso. Les voy a demostrar a todos que, a pesar de lo que nos ha pasado, se puede tener una vida.»

Dan McDougall"

Enlace del articulo: AQUI, propiedad de EL HERALDO DE ARAGON, EL SEMANAL.

No hay comentarios: